“No iniciamos el incendio.
Estuvo siempre ardiendo,
desde que el mundo empezó a girar.
No iniciamos el incendio.
No, no fuimos quienes lo empezaron
Pero tratamos de apagarlo”
Billy Joel – We didn’t start the Fire (1989)
Este mes, el mes en el que se celebra Historia Negra en Canadá, los Estados Unidos y el Reino Unido, tuve la oportunidad única de dar una charla en el trabajo sobre anti-racismo. Quise compartir con mis colegas (la mayoría blancos) y explicar el proceso que he empezado para combatir mi fragilidad blanca. Quise compartir lo que he aprendido (y desaprendido) en los 4 años pasados al escrudiñar importantes eventos de mi vida que han contribuido a formar la visión que tengo del mundo, e invitarlos a iniciar su propio proceso, porque, en mi caso, ha sido liberador. Todos merecen alcanzar ese tipo de libertad.
En mi post llamado Blanca Sin Saberlo, expliqué la incomodidad que me producía ser llamada “blanca”. Desde entonces, he reflexionado más sobre esa incomodidad y me he dado cuenta de que efectivamente tuve una percepción de la noción de “supremacía blanca” desde temprana edad, aunque no conociera ese término entonces. Mis clases de historia elevaron a los conquistadores españoles a la categoría de “salvadores” mientras arrancaron de sus páginas importantes y devastadores episodios de la historia actual de Colombia y Latino América. Nunca enfatizaron el genocidio de indígenas en Colombia a manos de los españoles y tampoco trataron de manera memorable cómo los españoles trajeron africanos como esclavos en reemplazo de los indígenas. No. Esas clases de historia destacaron la “civilización” que llegó con los españoles y la gratitud que debíamos sentir hacia ellos, los “blancos” (en la mente colombiana). Supongo que no me conformé con lo que aprendí (o misaprendí) en el colegio, porque sí leí por mi cuenta (aunque años después) sobre aquel horrendo genocidio y sobre la esclavitud. Muchas veces examiné mi cadena de apellidos, tan lejos como pude llegar, tratando de encontrar alguno que fuera de origen indígena. Siempre quise sentir que yo no era enteramente “blanca” o enteramente de origen español. Sentí, ignorantemente, que eso me salvaría de ser asociada con aquellos conquistadores que en la forma más barbárica arrebataron todo de los indígenas de la tierra donde nací: el oro, sí, pero peor aún, sus tradiciones, sus idiomas, sus creencias.
Colombia se siente orgullosa al decir que es uno de los países más diversos del mundo. Hay tantas etnicidades que no se puede siquiera hablar de racismo. Los invito a pensar de nuevo. Aunque es verdad que Colombia es diversa, las fuerzas de exclusión y segregación que emanan de las “razas” y las “clases” son evidentes. Bogotá, la capital, está legalmente dividida en estratos, donde los ricos (que lucen en su mayoría blancos) viven en estrato 6, los pobres (que lucen en su mayoría indígenas) viven en estrato 1, y los demás viven en el medio. Y cada uno intenta subir la escalera para adquirir una mejor “clase”.
Chocó, con su población mayoritariamente negra, es el departamento más pobre y uno de los más olvidados de Colombia, seguido de la Guajira y Cauca, siendo la Guajira un departamento predominantemente indígena, y el Cauca, el departamento que alberga el mayor porcentaje de población indígena en el país (20%). En agosto 7 de 2022, Colombia eligió un nuevo presidente, y su primera vicepresidente mujer y afrocolombiana Francia Márquez. No ha importado que sea una líder de las comunidades africanas en Colombia desde que tenía 15 años. Tampoco ha importado que sea una activista medioambiental, reconocida con importantes premios, como el Goldman Environmental Award in 2018. No ha importado que sea una abogada que ha trabajado toda su vida por la igualdad y la justicia social en el país. El color de su piel la ha hecho objecto de abiertas microagresiones y ha sido amenazada de muerte en más de una ocasión, tanto durante la campaña presidencial como durante lo que lleva corrido de gobierno.
En Colombia nunca quise ser catalogada de “blanca” porque, en mi mente, eso significaba que yo venía directa y exclusivamente de los bárbaros españoles, quienes, como mencioné antes, erradicaron indígenas, esclavizaron indígenas y africanos y establecieron un sistema que privilegió al que lucía como ellos, mientras oprimió a los que no. Pero es hora de aceptarlo. Todos los apellidos que tengo, hasta donde he podido rastrear, son de origen español. Y cuando examino la vida que tuve en Colombia, me doy cuenta de que fuí muy privilegiada, a pesar de no gozar de mucha plata y de haber tenido que esforzarme mucho para convertirme en lo que soy.
En Canadá me han dicho que soy “blanca” y por mucho tiempo también me causó incomodidad, aunque en Canadá la entendí de manera diferente. En mi ignorancia (que estoy tratando activamente de erradicar), pensé que aceptar ser blanca, es aceptar que soy generalmente privilegiada, que todo lo que tengo me lo dieron de regalo y que muy probablemente soy racista. Cuando me decían que luzco blanca, rápidamente me sentía insultada, juzgada equivocadamente, incomprendida, brava. En seguida trataba de salirme de la conversación, de negar mi “blancura”, argumentando que yo vengo de una país visto desde afuera como no blanco y que por tanto yo no lo soy, enfatizando que yo me identifico como latino-americana o hispánica, asegurando que yo he trabajado muy duro para estar donde estoy. Todos éstos, patrones típicos de la fragilidad blanca.
Resulta que no hay nada inherentemente vergonzoso al color blanco de la piel. Lo único que es inherente a ese color es el privilegio no ganado que disfrutamos los que tenemos ese color. Este privilegio no ganado (el privilegio blanco) se manifiesta en todo aquello a lo cual nunca estamos sujetos. El privilegio blanco no se trata de que los de piel blanca tienen todos una vida fácil y sin esfuerzo.
Tampoco se usa para indicar que todo blanco es racista. En cambio, se trata de entender por qué nunca tenemos que considerar el color de nuestra piel para absolutamente nada.
El concepto de privilegio blanco está íntimamente ligado al de superioridad o supremacía blanca. Efectivamente, el privilegio blanco no es parte de un orden natural en la vida. Sin supremacía blanca, el concepto de privilegio blanco no tendría sentido alguno. Así que es necesario hablar de este tema, y entenderlo bien, porque al entenderlo, será más fácil no sentirnos inmediatamente incomodos y atacados en nuestro sistema de valores cuando escuchamos el término.
Es común asociar la noción de supremacía blanca con los nazis, o el KKK o cualquier otro grupo extremista. Muchos de nosotros tenemos al menos una idea básica de lo que estos grupos representan y es difícil sentirse orgulloso de cualquier asociación con ellos. Pero el punto es que, a pesar de que la noción de supremacía blanca captura esa ideología extremista, no es lo único a lo que se refiere. Supremacía blanca no se refiere a acciones o intenciones individuales, sino a un sistema político, económico y social de dominación. Este sistema de poder estructural centraliza y eleva a la gente blanca como grupo. En sociedades occidentales, la mayoría de las posiciones de poder, sea en el gobierno, en las empresas, en los colegios, en las universidades, están reservadas, sistemáticamente, a las personas de piel blanca. Lo grave de esto es que aquellos en el poder determinan la forma en que vemos el mundo. Vemos el mundo como un mundo blanco porque ese es el referente en todo lo que vemos: vemos gobernantes mayoritariamente blancos, vemos educadores mayoritariamente blancos, vemos programas de televisión y películas cuyos actores son casi todos blancos. ¿Porqué? Porque los dueños del poder en todos esos ámbitos también son blancos. Desde que nacemos, en estas sociedades occidentales, nos han socializado en estos referentes, y consciente o inconscientemente, albergamos pensamientos de superioridad, si nuestra piel es blanca. Nacimos en ese sistema. Crecimos en ese sistema. Absorbemos lo que nos da el sistema.
Creo firmemente que el poder de socialización es inmedible. Si pudo crear un sistema opresivo, también puede crear uno diferente, más incluyente e igualitario. He entendido, durante mi proceso, que a pesar de identificarme como hispánica o latinoamericana, a pesar de no haberme sentido privilegiada en Colombia, mi piel es blanca, y así me ven. Yo no creé sistema, pero nací en él. Yo no inventé el racismo, pero existe y es mi problema. Es también mi responsabilidad ser más grande que mi fragilidad, investigar porque me siento incómoda con el color de mi piel, y descubrir qué puedo hacer para romper los patrones de esa fragilidad.
He descubierto en este proceso el poder de las palabras que escojo para identificarme. Solía decir que no soy racista, pero esa expresión dejó de ser suficiente para mí. Si quiero ser una verdadera aliada, tengo que decir que soy anti-racista. Esta expresión implica un compromiso activo y consciente de educarme acerca del racismo, la supremacía blanca, el privilegio blanco y las microagresiones, para poder deshacerme de equivocadas interpretaciones. Implica también un esfuerzo serio de escuchar a todo aquel de origen africano que decide compartir conmigo su historia, y no dudar sino validar, porque solo así puedo demostrar empatía. Y, finalmente, esta expresión involucra la toma de acciones para participar en el proceso de construcción de un sistema diferente, incluyente e igualitario.
Sé perfectamente que no puedo cambiar el mundo de la noche a la mañana, pero el escribir sobre mis experiencias, el hacerme vulnerable, me ha ayudado a combatir mi fragilidad blanca. Alejarme de la cómoda posición del silencio y hablar cuando veo maltratos me ha permitido ejercer el poder de la empatía. Compartir lo que he aprendido con mi hijo y ver que él entiende y reflexiona sobre so privilegio blanco está creando una cadena diferente y consciente de resocialización. Y hay mucho más que puedo hacer. Estoy apenas empezando!
Ya no me siento incómoda al reconocer que me veo blanca cuando me miro al espejo. Ahora entiendo que ser blanca no significa que soy una aliada de los nazis o del KKK o de ningún grupo de extrema derecha. La verdad es, no hay insulto alguno a mis valores morales si alguien me dice que soy blanca. No tengo que evadir la conversación. La verdad es que en Colombia el racismo es también un grave problema, y existe, aunque yo no lo hubiera visto antes.
No pretendo decir que luchar contra la fragilidad blanca es fácil. Hay mucho que desaprender y analizar. Mucho que aprender y entender. Muchos patrones para romper. Es un proceso, y es constante e indeterminado. Pero es posible, y es el primer paso hacia el cambio. Tenemos que cambiar nuestra propia mentalidad primero.
Así que el mensaje para mis lectores de piel blanca es que está bien sentirse incómodo y que es posible pasar por encima de nuestra fragilidad blanca y vencer la incomodidad. Somos todos personas buenas que nacieron en un sistema que nos privilegia. Tenemos que examinar ese privilegio no ganado y hacer algo positivo con él. Los invito a unirse al compromiso, muy liberador, de construir un sistema diferente, empezando por romper sus propios patrones de conducta, muchas veces inconscientes.
El mensaje para los lectores de piel negra es que soy una aliada. Celebro el Mes de la Historia Negra con ustedes, aunque debo confesar que espero que algún día ese mes para celebrar las grandes contribuciones de la gente africana o de origen africano no sea necesario. Entiendo porqué hoy se necesita, pero de alguna manera siento que necesitarlo valida la prevalencia del blanco. Este es un mundo blanco donde designamos un mes para reconocer a la gente africana. Quiero decirles que yo los veo. Veo el color de su piel y las luchas que ese color revela y que no se narran en las clases de historia. Los veo todos los días y no solo en febrero. Estoy aprendiendo a desaprender. Estoy rompiendo patrones.