Underneath 

the surface

 

CHANGE YOUR OPINION IF YOU DON'T LIKE THESE

 

 

Aquí de lejos, mirando el espectáculo desde un balcón fuera del teatro, siento inmenso pesar por los espectadores que sí compraron boleta, y desprecio infinito por los actores centrales.

 

Hace ya mucho tiempo estuve ahí metida. Por muchos años compré boleta, apostándole a la idea de que el público podría ser el verdadero protagonista. Era tal mi convicción, que llegué incluso a audicionar para roles pequeños. Con la típica mente soñadora de la juventud, pensé que la integridad era contagiosa. Pensé que podría contribuir a una obra diferente y de larga duración. Una obra nueva, original, limpia. Era consciente de que el escenario era como un pañal que estaba sucio, pero siempre creí que, al ser de tela, era cuestión de lavarlo bien. Lo que importaba era saberme intacta, entera, no dañada moralmente. Ser íntegra. Tener las manos limpias, para no ensuciarlo mas.

 

Desde que tengo memoria, Colombia ha sido siempre así: un pañal sucio. Nació sucio porque nació de la violencia, del robo, de la invasión. Creció sucio porque se alimentó de un clasismo que desgarró a la sociedad en múltiples estratos y permitió a los privilegiados usar la etnicidad en terminos peyorativos, asi como usan los términos “indio” y “negrito” para referirse despectivamente a los más maltratados por el sistema. Se mantuvo sucio porque siguió usando la violencia y el clasismo, el robo y la avaricia, para perpetuar gravísimas desigualdades, que solo benefician a los ya privilegiados. Se ha mantenido sucio porque a nadie le interesa asociar la noción de integridad con el ejercicio del poder. A nadie le importa que un candidato tenga una o múltiples investigaciones criminales encima. Si no está condenado, todo bien.

 

Todos se revuelcan en ese pañal sucio. Muchos a la fuerza. Muchos inconscientemente. Muchos a propósito. Hay quienes han intentado lavarlo, o al menos expresado el intento de lavarlo. Muchos de esos no alcanzaron a vivir para intentarlo. Los mataron.

Incluso aquellos que nos creímos “buenos” actuamos en nuestra vida diaria contagiados de esa violencia y ese clasismo, muchas veces sin darnos cuenta. Violencia en el lenguaje con el que nos comunicamos. Violencia en la forma en que manejamos por las calles. Violencia en la actitud indiferente hacia las víctimas de la violencia. Violencia en el desprecio hacia los desfavorecidos por el sistema.

 

Colombia es un pañal sucio, corroído por la mierda. Ya no hay esquina de donde cogerlo. No hay manos que puedan lavarlo. No hay cloro que pueda blanquearlo. Quien tenga las manos limpias jamás podrá solo contra un sistema que está podrido hasta en su esencia.

 

Aquí de lejos, con mi interés puramente intelectual en la política en general, miro perpleja el espectáculo de la campaña presidencial en Colombia este fín de semana, y el panorama para los colombianos aparace desolador. Ninguno de los candidatos puede tirar la primera piedra. Y aunque uno de los dos, Gustavo Petro, claramente conoce el país y sus problemas, el otro, que es un payaso vulgar y desmedido en todo lo que dice, parece que ha encontrado un eco en muchos colombianos.

 

Hace mucho, muchísimo, no me identifico como colombiana. No voto por nadie en ese país, porque hace rato perdí la vocación de soñar lo imposible. He perdido la fe y el optimismo. Colombia nunca me dio nada. A Colombia no le debo nada de lo que soy. Fue de mis padres, no de Colombia, que aprendí de integridad. De Colombia aprendí que la integridad individual no es suficiente para salvarla. Colombia no ha sido nunca un país viable. Para serlo, es necesario desechar ese pañal podrido y empezar con uno nuevo. No será Rodolfo Hernández, con su lenguaje violento, su ignorancia atrevida y su actitud arrogante el que cambie la historia. Mucho menos teniendo detrás personajes del uribismo apoyando su candidatura. No es difícil, sin embargo, imaginar que será elegido. Interesante ver cómo cada pueblo siempre elige, activa o pasivamente, a aquél que más acertadamente refleja la cultura política de la sociedad en la que vive. Este pañal no puede ni lavarse ni desecharse. No tengo dolor de patria, porque hace rato no la siento mía, pero por los seres que amo, familiares y amigos que aún están allá, es doloroso, en verdad, ese panorama de abosluta inviabilidad.