Underneath 

the surface

 

CHANGE YOUR OPINION IF YOU DON'T LIKE THESE

 

 

 

 

"Mi humanidad está ligada a la tuya, porque solo podemos ser humanos juntos"

- Desmond Tutu

 

Como un aguacero anunciado en el que, a pesar de todo, no quisimos creer, COVID-19 se abalanzó sobre nosotros y nos ha cambiado las reglas del juego, quizás para siempre. Distanciamiento “social”, cuarentenas, toques de queda. El saludo de mano es ahora un protocolo del pasado, inaceptable. Los abrazos, esa forma universal de expresar afecto o solidaridad, han sido despojados de su espontaneidad. Distanciamiento. Nuevas reglas que son difíciles de asimilar y aceptar. Reglas que confunden y frustran a muchos. A los niños­­, porque esas reglas demandan de ellos una madurez naturalmente incompatible con su edad. A otros (muchos otros, más de los que uno quisiera) porque esas reglas representan, según ellos, un atentado a su libertad, que equivocadamente consideran absoluta.

 

En lo personal, no he extrañado la vida 'como era antes del COVID-19', porque mi rutina antes del virus no era materialmente diferente a la de ahora. Sin embargo, COVID-19 y sus nuevas reglas de convivencia sí me han hecho pensar seriamente en lo que significa el distanciamiento. Y no me refiero a los dos metros de distancia que hay que conservar cuando vamos a hacer mercado, o a la imposibilidad de dejar la casa en las mañanas para ir al trabajo, o a las restricciones para reunirse con personas que están por fuera del círculo familiar inmediato. Me refiero, más bien, a la idea de estar absolutamente sin otros. Aislados por completo, sin ningún vínculo con nadie.

 

Me pregunto qué podría definirme como 'persona' si no tengo a nadie al lado, alrededor, frente a frente. Me pregunto cuál sería mi propósito y mi destino. Me pregunto cuál sería mi deber moral, cuál sería mi esencia si no hubiera otros en el mundo. En completo aislamiento, quizás no habría lugar a estas preguntas y las respuestas no importarían. Estas, por supuesto, no son preguntas originales y representan sólo una mínima parte del universo de preguntas que uno puede hacerse cuando uno quiere entender, o tratar de entender, exactamente qué nos hace humanos.

 

El tema es extraordinariamente complejo. Hay muchas aproximaciones, muchas teorías en diferentes disciplinas que intentan explicarlo, diferentes ángulos culturales para verlo. Es un tema fascinante, y del que todavía tengo demasiado por aprender. Pero mi intención hoy está lejos de hacer una disertación académica.

 

El punto que quiero hacer hoy sobre lo que nos hace humanos es realmente básico, y quizás obvio. Muchas veces me siento llamada a destacar lo obvio, porque a menudo se pierde de vista. A veces, por enfocarnos en las complejas ramificaciones de un tema determinado, nos olvidamos de apreciar lo esencial.

Sea que creamos que la dignidad humana surge de nuestra libertad y autonomía individuales o de nuestra existencia como parte de una comunidad, o de cualquier otro sistema de creencias o teoría, hay una premisa, creo yo, común a todas ellas: la dignidad humana es un concepto relacional. Nuestra humanidad no puede conjugarse en singular. Nuestra condición de 'humanos' sólo cobra sentido cuando hay otros. Incluso para ser independiente y autónomo necesitamos serlo con relación a otro. Ni siquiera en el más liberal e individualista de los sistemas es posible desconocer al otro. En absoluto aislamiento, qué importa pensar en lo que nos da valor como seres humanos?

 

Hay un concepto africano que captura de una manera particularmente poderosa una idea de inter-conexión que no permite hablar de un ser humano si no hay otros: Ubuntu. Como en todo, Ubuntu tiene diferentes significados e interpretaciones, pero quiero ofrecer la siguiente para reflexionar: Yo soy porque tu eres. Si me identifico como ser humano es sólo porque he reconocido esa humanidad en otros. Michael Onyebuchi Eze lo resume así:

 

"La expresión 'una persona es persona a través de otra persona' representa la afirmación de nuestra humanidad a través del reconocimiento del otro en su unicidad y diferencia. Es un llamado a formarnos como una creación inter-subjetiva, en la que el otro se convierte un espejo (pero sólo un espejo) de nuestra subjetividad. Esta idea nos sugiere que nuestra humanidad no emana exclusivamente de nosotros mismos como individuos. Nuestra humanidad emana de nosotros con otros. Humanidad es una cualidad que nos debemos el uno al otro"(esta traducción es mía, y no oficial).

 

No podemos ser humanos en aislamiento, dice Edmond Tutu. Y puede parecer un hecho elemental, pero creo que se nos olvida con demasiada frecuencia, y es quizás el único hecho del que deberíamos estar conscientes cada día de nuestra existencia. Me he dado cuenta de que no me levanto todos los días pensando que hay otros en el mundo. Y no es que los otros no me importen. Es, simplemente, que doy su existencia por sentada. La doy por hecho, como si tener otros al lado fuera otro mas de mis privilegios. Es, sin embargo, el hecho que me define.

 

El mensaje hoy es, entonces, la urgencia de reconocer la necesaria empatía que va envuelta en pensar que somos 'humanos'. Es urgente reconocer al otro. Ver su color de piel, sus ojos, sus manos; escuchar el latido de su corazón, idéntico a nuestro propio latido; maravillarnos por el hecho de que la dignidad humana que nos asignamos a nosotros mismos sólo puede formarse con relación a otros. Como dice Edmond Tutu en Sin Perdón No hay Futuro, "estamos todos ligados en una delicada red de interdependencia...una persona es persona a través de otras personas. Deshumanizar a otro significa, inexorablemente, deshumanizarnos a notros mismos". (la traducción es mía y no oficial)

 

COVID-19 representa muchas cosas. Cosas desagradables y a veces horribles. Ha creado un grado de incertidumbre generalizada, y a nadie le gusta la incertidumbre. Ha impuesto cambios que no hemos pedido, y es difícil aceptar cambios radicales en nuestra forma de vivir. Nos ha enfrentado a nuestros más profundos miedos. Pero creo que también representa un llamado urgente a reconocer al otro como un espejo que nos refleja, y en el que deberíamos mirarnos todos los días, porque como explica James Ogunde, es el reconocimiento del otro y el ser reconocido por ese otro lo que nos humaniza. No podemos ser humanos si estamos solos. Quizás los niños entienden esta noción intrínsecamente, aunque no puedan explicarla, y quizás su rechazo a las nuevas reglas del juego se funda no en su egoísmo sino en su sentido de humanidad. Es urgente compensarlos por ese espejo que les está faltando en estos tiempos de pandemia, porque el reconocimiento de su valor y el reconocimiento del otro es algo que no podemos postergar. Es urgente persuadir a aquellos que creen que su libertad es absoluta de que su libertad siempre ha tenido límites en los derechos de los demás, y que reconocer al otro no nos hace menos libres o menos autónomos. Reconocer al otro nos hace genuinamente humanos.